Por Víctor Amela.
Sor Lucía Caram es un torbellino de energía con un objetivo: ayudar a personas necesitadas. Y no para: ha promovido la Fundación Rosa Oriol (en favor de un banco de alimentos), el Grupo de Diálogo Interreligioso de Manresa, el Projecte Mosaic de salud mental... Tiene un programa en Ràdio 4 (Punt de trobada), y publica la autobiografía Mi claustro es el mundo (Plataforma), su visión del mundo entre jugosas anécdotas (como esa noche de oración en el convento en que, para resistir, se tomó una infusión de hoja de coca, café y mate que la mantuvo despierta..., pero en el retrete). Sor Lucía pasa sobre formulismos religiosos para ir a la esencia: ¡servir!
Poco contemplativa la veo. No puedo estar quieta, es verdad, pero contemplo la historia desde el corazón de Dios.
Y se escapa de la clausura. Mi claustro es el mundo.
¿Qué hace? Me levanto a las cinco de la mañana y rezo, voy a misa, leo La Vanguardia... Y, a las nueve y media acudo a la Plataforma de los Alimentos y escucho a la gente.
¿Qué es esa plataforma? Somos cinco monjitas en mi convento, en Manresa, que empezamos repartiendo bocadillos... y hoy, gracias a 250 voluntarios, ¡damos alimentos a 950 familias necesitadas!
¿Y eso de escuchar? ¡Dar no es sólo repartir bolsas de comida, es escuchar!
¿Qué le cuentan? Hoy ha venido otra persona a punto de ser desahuciada de su piso...
¿Y de verdad puede solucionar algo? Hemos conseguido en siete meses tres pisos para tres familias. Antes yo pedía sólo a Dios, ¡ahora pido a todo el mundo!
¿Aceptaría dinero de cualquiera? No del dueño de Zara: un voluntario hondureño me cuenta cómo le explotaban de niño trabajando en sus talleres allí.
¿Por qué se hizo monja? Conocí a unas monjitas que trabajaban con los más pobres, ¡y las veía felices! A los 18 años estudiaba Teología, ayudaba en hospitales, trabajaba en los barrios...
¿Y contenta? Acabé sintiéndome exiliada de mí misma. Y me recluí cinco años en la oración. Fue duro..., ¡pero aprendí que soy libre por dentro! Y ha desplegado su libertad. Les he complicado la vida a mis hermanas: ¡no para de sonar el timbre del convento!
¿Qué dicen sus superiores? Me riñeron por acercarme a los musulmanes de Manresa, pues lo interpretaron como claudicación. Apoyé la mezquita, y hoy es la única mezquita de puertas abiertas. Bien está lo que bien acaba. Y la Iglesia debería aceptar el uso anticonceptivo del preservativo: ¡ayuda a la paternidad responsable! Y no imponer el celibato.
¿No le gusta? ¡Yo lo elegí libremente! Y me ayuda a servir a todos. Abrir los brazos es amar, y cerrarlos sobre una sola persona no me basta: los dejo abiertos. Lo aprendí de Pedro Meca.
¿Quién? Un cura que convive con los sintecho de París que me dijo: "La Iglesia es una casa de putas donde he aprendido a hacer el amor". ¡Hala! La Iglesia es diversidad, y amar es servir: si no sirves a otros, no sirves para nada.